EL SENTIR DE LA AFICIÒN:

 El fútbol se ha convertido en algo más que un deporte. La gente dedica su tiempo de ocio a distintas actividades como puede ser la práctica o el consumo de fútbol. Para algunos es una profesión y debe observarse desde dos perspectivas, la del aficionado y la del profesional. Un aficionado juega al fútbol e invierte su tiempo de ocio en ello.




 En el colegio o en la calle representa una forma de relacionarse, de socialización con un papel integrador. Uno se hace seguidor de un equipo y se identifica con esos colores. Anima y forma parte de la colectividad de todos sus seguidores. En cuanto al aspecto profesional englobaría a los trabajadores relacionados con el fútbol como jugadores, técnicos, médicos, abogados, periodistas, directivos y empresarios. Al profesionalizarse surgió el fenómeno actual. Este juego fue convertido en negocio, pues los poderosos observaron que era el deporte del pueblo y las competiciones sobrepasaron lo puramente deportivo. La sociedad de masas lo convirtió en un verdadero fenómeno social y de ahí derivó el instrumento de poder, que actualmente sirve a los intereses de unos pocos. El aficionado puede ser consciente de esto, verlo como un juego y ser crítico con ello. Pero la mayoría no ve la realidad. Están vinculados al equipo. Si gana, se alegran y si pierde, se entristecen.


 Se cruzan sentimientos de felicidad o tristeza. Si el fútbol no pasa de un sentir popular, no hay problema. El conflicto surge cuando ese sentimiento se manipula y se pasa de la experiencia vicaria a la acción real. Esto puede derivar en la violencia, que es una acción agresiva generada por el odio contra otra persona. La razón debe controlar esos impulsos para evitar barbaries como los asesinatos de Aitor Zabaleta y Manuel Ríos. El seguidor sufre cada día por los resultados del equipo y sueña con alcanzar una meta. Al lograr el objetivo hay un estallido de júbilo y la gente festeja el triunfo. 






Los dirigentes del club también lo celebran, pues obtendrán beneficios económicos. Esa alegría popular es para algunos directivos una representación. Los seguidores identifican parte de su experiencia existencial con unos colores. Las identidades pueden ser: - Identidad local: el equipo representa una ciudad, como el Celta de Vigo. También se produce con varios equipos en una misma ciudad, como el Betis y el Sevilla en la ciudad hispalense. - Identidad regional: el equipo simboliza una región, como el Osasuna a Navarra. - Identidad nacional: el equipo representa a un pueblo o Estado. Puede ser un Estado reconocido como Alemania o luchar por su reconocimiento como Palestina. De ahí nace el concepto equipo-nación, que puede representar a un pueblo y es utilizado por el nacionalismo, como en Euskadi o las Antiguas Repúblicas Soviéticas. - Identidad internacional: se produce cuando seguidores de distintos países apoyan a un equipo o selección nacional de otro país. Aficionados de distintas naciones animaron a Brasil y Alemania en la final del Mundial 2002. - Identidad continental: es la identificación de todo un continente con un equipo o selección nacional. África entera apoyó a Camerún durante el Mundial de Italia 90.    

Las personas necesitan creer en algo y el fútbol les permite soñar con una gloria ficticia. Ven a los jugadores como héroes, que hacen realidad sus sueños y les brindan gestas. Piensan que sus cánticos dan alas a sus ídolos para lograr una hazaña memorable por la que serán recordados. Ahí entran en juego los sentimientos. El fútbol es como tal una pasión y religión.

Es capaz de concentrar a 60.000 personas en un estadio y a varios millones frente al televisor. Todos vibran de emoción a la vez y endiosan a los jugadores, es una especie de culto religioso. 

No es malo alegrar a la gente, lo grave es manipularla y jugar con lo que sienten.

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